En el principio fue la necesidad…

Más que ningún otro animal, el bebé humano es pura necesidad que, en el plano psicológico, se expresa como necesidad de reconocimiento. Tal necesidad queda satisfecha cuando el niño experimenta que papá y mamá –así como las personas afectivamente significativas para él- están contentas, son felices porque él ha venido.
Existen cuatro cauces, a través de los cuales puede llegar al niño la respuesta a su necesidad de sentirse reconocido: el cuerpo, la mirada, la palabra y el tiempo de calidad que se le dedica. Un niño que es tocado (acariciado, abrazado, masajeado…), que es mirado con gusto y detenimiento, al que se le habla y se le refleja lo valioso que se percibe en él, y al que se le dedica tiempo en exclusividad, se sentirá reconocido, con gusto de ser él mismo y con derecho a vivir y a ser feliz.
La respuesta que recibe por parte de los adultos va generando lo que el doctor Rof Carballo denominó una “urdimbre afectiva”, que constituirá una plataforma de seguridad y de confianza, en la que podrá apoyarse seguro a lo largo de toda su existencia, más allá de las circunstancias que le toque vivir.

Por el contrario, la falta de respuesta adecuada –la falta de contacto físico, de mirada amorosa (peor aún, si recibe una mirada ansiosa o amenazadora), de palabra y de tiempo- producirá probablemente efectos devastadores.
La carencia o herida emocional provoca un vacío afectivo, que se manifestará como ansiedad y que suele ser la fuente de las adicciones.

¿Qué es una adicción?

Una adicción es un comportamiento compulsivo por el que la persona trata de llenar el vacío de origen que le resulta insoportable. En su afán por compensar aquel malestar radical, todo podrá convertirse en objeto de adicción: sustancias, objetos, títulos, poder, imagen, relaciones…

Pero no todo acaba ahí. Junto con la herida y el vacío, la no respuesta a aquella primera necesidad genera habitualmente en el niño una imagen negativa de sí, marcada por los sentimientos de indignidad y de culpabilidad. Resulta fácil de comprender: el niño que no es tocado, mirado, apreciado… terminará pensando que es lo suficientemente digno o bueno, que está “mal hecho”, que tiene alguna “falla” de origen que se le escapa…, en definitiva, será fácilmente víctima de una vergüenza tóxica, que envenenará toda su existencia, y que luego se manifestará en diferentes síntomas: desde la timidez hasta cualquier tipo de fobia social.

La decisiva cuestión del apego con la figura materna

Los estudios pioneros de Harry Harlow y de John Bowlby, cada uno por su parte, en los años sesenta del siglo, experimentando con monos y observando a bebés humanos, llegaron a la misma conclusión: una relación de apego seguro sirve de rampa de lanzamiento para el que niño pueda despegar y abrirse al mundo en una actitud de seguridad afectiva y de confianza.

Actualmente, recientes estudios neurocientíficos vienen a corroborar aquellas conclusiones, afirmando que el apego seguro:

  • Favorece el desarrollo de la integración cerebral y la resistencia de nuestra mente
  • Estimula el crecimiento de las conexiones integradoras en la corteza prefrontal
  • El vínculo de apego seguro es una respuesta adecuada a la necesidad infantil de reconocimiento

 

Modelos de Apego

Cuando no es seguro, se dan necesariamente otros modelos de apego, con riesgos notables. Me referiré brevemente a ellos, de la mano del reconocido psiquiatra Daniel Siegel, experto también en mindfulness y al tanto de los avances neurocientíficos. Siegel nos recuerda que un modelo de apego es la manera que tiene el cerebro de recordar (revivir) las relaciones de apego que hemos tenido en nuestra vida. Tales modelos influyen poderosamente en cuanto a cómo nos sentimos, cómo pensamos, cómo actuamos y cómo conectamos con los otros. Y se ponen en marcha automáticamente, sin contar con nuestra consciencia ni con nuestra intención.

El autor habla de cuatro tipos o modelos de apego: seguro, evitativo, ambivalente y desorganizado:

  1. Si el seguro constituye y fragua una plataforma de confianza.
  2. El evitativo lleva a desconectar de los otros y de las propias emociones y necesidades (negándolas), a la vez que insiste más en controlar los comportamientos que en sentir de manera empática los sentimientos del otro.
  3. El tipo de apego ambivalente crea un yo confuso, ya que el niño nunca sabe qué esperar.
  4. Y, finalmente, el desorganizado suele aparecer cuando el niño se siente aterrorizado ante la figura materna o paterna, y puede terminar en problemas más o menos graves de disociación.

Resiliencia: es posible cambiar automatismos

La buena noticia es que todo ello puede trabajarse para posibilitar que la persona conecte con la confianza de fondo. A esta buena noticia, los neurocientíficos la han llamado “neuroplasticidad cerebral”: en contra de lo que se creía hasta no hace demasiado tiempo, estudios contrastados han demostrado que el cerebro es maleable, y que se pueden establecer en él nuevos circuitos o redes neuronales, así como “corregir” otras perjudiciales que previamente se habían instalado, lo que se denomina resiliencia, y esto nos capacita para ser más flexibles y fuertes frente a la tensión.

Interioridad: inteligencia emocional e inteligencia espiritual

Es aquí donde entra el trabajo psicológico y espiritual o, si se prefiere, el cuidado y el cultivo expresos de lo que hoy ya se conoce como la inteligencia emocional y la inteligencia espiritual. Y cuanto más temprano en la vida de la persona empiece ese cuidado, más notables serán los frutos cosechados, en beneficio tanto de la salud integral del sujeto, como de la mejora de sus relaciones y de su acción en favor de la sociedad.

Libros Recomendables

  • Daniel SIEGEL – Tina PAYNE BRYSON, El cerebro del niño, Alba, Barcelona 2012
  • Daniel SIEGEL, Tormenta cerebral. El poder y el propósito del cerebro adolescente, Alba, Barcelona 2014

Este artículo se presenta en 2 tiempos. El primero se enfoca en las necesidades del ser humano y la importancia del vínculo de apego, y el segundo desarrolla cómo la educación de la interioridad nos permitirá establecer raíces de confianza y desarrollarnos plenamente como seres humanos. Si te ha gustado suscríbete a nuestra web… 

 

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Enrique Martínez Lozano (Guadalaviar, Teruel, 1950) es psicoterapeuta, sociólogo y teólogo. Es autor de varios libros y se halla comprometido en la tarea de articular psicología y espiritualidad, abriendo nuevas perspectivas que favorezcan el crecimiento integral de la persona. Su trabajo asume y desarrolla la teoría transpersonal y el modelo no-dual de cognición.

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